Libertad
La idea de la libertad ha muerto
Imaginemos que la vida es una montaña y que el hecho de subirla nos transforma. Cada uno lleva su ritmo, la mayoría quieren subirla a toda prisa y cuando se quieren dar cuenta están demasiado cansados para seguir. Otros miran hacia la cima y les puede el desánimo pensando en todo lo que les queda, y quizás, algunos intenten marcar un ritmo constante y lo consigan.
Esta montaña es enorme, está repleta de caminos y sendas de muchos tipos. Bosques y praderas floridas, desiertos calurosos, ríos caudalosos o riachuelos cristalinos, pantanos oscuros o áridos pedregales, playas amables y playas ásperas, y hasta infinitos mares. Todo ser vivo forma parte de la montaña y la montaña parte de cada ser vivo, es la montaña la que les da vida y ellos forman parte de la vida que es la misma vida que hay en ellos.
Pero, no toda vida que forma está montaña es igual una que otra. Nosotros los seres humanos, no solo formamos parte de la vida si no que podemos llegar a ser vida o muerte. Esta transformación de la que hablo al subir la montaña determinará lo que seremos.
Y aquí es donde entra en juego la libertad, un don precioso y único que deberíamos proteger a toda costa cómo si fuese la corona de la humanidad, adornada con las más exquisitas joyas, brillantes rubis y esmeraldas escarlatas. Nos permite elegir qué camino escoger, nos permite merecer el premio eterno, sin ella seríamos marionetas, animalitos que cumplen sin plantearse él por qué. Pero es un arma de doble filo, porque así como hay recompensa al hacerlo bien, hay castigo al hacerlo mal, y las consecuencias que sufrimos cuando las malas decisiones que toman otros nos afectan, lo demuestran. Por eso algunos la rechazan gritándole a Dios: "¿Por qué permites esto?" o "y si Dios existe, ¿Por qué permite que pasen tantas cosas horribles?". Es decir, les gustaría que Dios interviniera en la libertad de otros. No sé dan cuenta de que el mal es el precio que hay que pagar por la libertad, y el bien es la consecuencia de usarla debidamente. Quizás no quieran pagar ese precio, quizás quieran ver suprimida su voluntad o lo que es peor quizás quieren no tener la oportunidad de merecer la montaña eterna. ¿No es inmensamente gratificante cuando recibes algo que mereces? en cambio, que insípido es recibir algo que no mereces. Es más, al rechazar la libertad rechazas la justicia, esa justicia que tanto exigen a Dios, dado que quieren recompensa sin mérito. Sin libertad no hay recompensa merecida, porque no has decidido nada y para ganar algo primero hay que decidirse y después luchar por ello. Por lo tanto o sería una recompensa injusta o no habria recompensa. Si rechazas la libertad tienes dos opciones: rechazar o la justicia o la recompensa. Si rechazas la justicia tendrás una recompensa injusta y si rechazas la recompensa tendrás justo lo que mereces.
La auténtica libertad ha muerto en la sociedad, la libertad de elegir el bien por encima del mal. Ha muerto en el sentido de idea, porque se cree que es algo diferente, aunque siempre vivirá en cada uno de nosotros. Lo que ha muerto, en realidad, es la conciencia global de la verdadera libertad. Así que es cierto, sigue viva, pero solo individualmente porque está amordaza, suplantada por la libertad de la que tanto se habla hoy en día y que se exige a cualquier precio. Esta es algo bien distinto porque todas las decisiones que se toman escudándose en ella son ramas del mismo árbol. Libertad para elegir de que sexo quiero ser, libertad para acostarme con quien quiero, sea hombre o mujer. Lo hago como yo quiero, donde yo quiero y cuando yo quiero. Libertad para hacer lo que yo quiera con mi cuerpo y libertad para asesinar a quien se atreva a intentar vivir en él. Libres de pensar lo que queramos sobre cualquier tema. Libres de odiar a los hombres y repetir la historia a la inversa. Libres de engañar al pueblo. Libres de matar a inocentes a millones. Libres de beber hasta convertirnos en borrachos. Libres de fumar. Libres de comer sin control. Libres de ser más sedentarios que un sofá. Libres de convertir nuestro cuerpo en algo desagradable a la vista. Libres de apostar nuestro dinero. Libres de criticar todo lo que no sea socialmente correcto. Libres de creernos la historia como nos la cuentan. "Libres", pero esclavos de todos los vicios que nos dan la libertad.
Libres y tolerantes. Tolerantes del mal pero intolerantes con quien no lo tolere. Intolerantes con quien no tolere mi libertad, pero exigentes para que se tolere que yo haga lo que me dé la gana.
Hay cosas que debemos tolerar y cosas que no, cosas que nunca toleraremos.
¿Quién eres tú para llamarme intolerante? Hay cosas que no deben cambiar, que se sustentan en las verdades absolutas, columnas de mármol que aguantan el peso por mucho que intenten derrumbarlas. Según esta clase de gente, cuando no utilizas está "libertad" cómo bandera te conviertes en un retrógrado o un cobarde. Lo que ellos no saben es que esa decisión es justo lo que les va a robar su libertad y les va a convertir en esclavos.
A medida que caminamos por la montaña, es decir, a medida que cumplimos años, podemos caminar en muchas direcciones, y a menudo hay caminos que nos llevan a precipicios. Una vez en el borde puedes arrepentirte y volver sobre tus pasos, o bien, puedes saltar haciendo uso de tu libertad. Mientras caes puede ser agradable incluso, una sensación liberadora, el viento acariciándote y te sientes ligero como una pluma, orgulloso de tomar tus propias decisiones, imparable. Pero por mucho que seas inconsciente del resultado final y esto te permita disfrutar de la breve caida, acabarás estrellandote contra el suelo, porque eres esclavo de la gravedad, la gravedad de tus pecados que te condenan a perderte en un abismo sin retorno.
La bandera que ondea en los corazones de la sociedad actual, es decir, la red de ideas que nos une, que nos hace saber lo que piensa la mayoría, nos empuja a saltar por estos precipicios. Te dicen, "salta, será divertido" o "salta, no seas cobarde, no seas aburrido, no seas retrógrado, anticuado, no seas tonto". "Salta, abajo hay una colchoneta y no te pasará nada" "hay que probar de todo, ¿si no cómo vas a saber si te gusta?"
Existen diferentes tipos de persona. Los que más abundan son los que saltan sin ningún problema, dejándose convencer por otros, se dejan llevar por las comodidades y placeres de la vida y evitan a toda costa planteamientos molestos. Recorren caminos que ofrecen promesas para que tengas ganas de recorrerlos y a cambio de ese pedacito de tu alma "disfrutes de la vida", pero como digo ya sabemos lo que hay al final de los precipicios y este disfrutar repercute a la larga en sus vidas y luego ni siquiera saben porque están mal, porque sus matrimonios, sus relaciones o sus ganas de vivir se deshacen. Están estos otros que convencen para que les acompañes por diferentes senderos.
Ellos a cambio, optienen un poder temporal. Existen algunos que se dejan guiar erróneamente y de vez en cuando reaccionan e intentan retroceder. Están confundidos y se pierden con facilidad.
Y luego están los que tienen claro que su objetivo es llegar a la cima, esto no significa que de vez en cuando las delicias del camino no les entretengan o que las espinas que se clavan no les hagan replantearse si vale la pena un camino más abrupto que el que sigue el rebaño.
Si cogemos perspectiva y nos asomamos desde una cornisa cercana, veremos a gente saltando, gente tirando a otros, gente agarrándose a quien tiene cerca para no caer, gente intentando que éstos les suelten y agarrándose a su vez a otros o a cualquier piedra que se desprende y se precipita con ellos aplastandoles. Estas piedras tienen nombres: egoísmo, envidia, arrogancia, avaricia y muchos otros. La última piedra que nos encontramos siempre es la soberbia, la piedra más grande y pesada de todas, de ella nacen las demás y es tan grande que todos los que caen se tropiezan con ella.
Estos últimos que digo que su esperanza no es el oscuro orizonte bajo tierra después de una larga caída desde el acantilado, son una especie de árbol diferente, no son como los que hemos visto con raíces superficiales que a la menor brisa son arrancados. Son árboles fuertes, con profundas raíces, raíces que crecen hasta el corazón de la montaña, se agarran a la vida, se aferran con fe a una vida futura, crecen y crecen hasta ser uno solo con la montaña, lo dan todo y su vida ya no es suya, la montaña los consume y al igual que brotaron de la tierra, regresan a ella voluntariamente. Dios les llama y ellos responden. Unidos son fuertes, una sola vida, una sola montaña, en Cristo son uno.
Han escuchado, lo han hecho bien.
Parecía que solo era el viento que,
soplaba murmullos que todo el mundo acallaba.
El mundo los silenciaba y era agradable,
porque pensar en que me estoy convirtiendo,
puede asustar a cualquiera.
Pero eran palabras lo que arrastraba,
una suave voz ladera arriba que,
intentaba que no me perdiera.
Todos se reian y al final espero, que no salten,
espero verles allí arriba.


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