Aquí todo es temporal


Parte 1

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Es una realidad ineludible, aquí todo es temporal. Por lo que si no existiera un “allí” atemporal todo nuestro “aquí” carecería de un fin último, de un sentido lógico. Sería una burbuja temporal con fines u objetivos interrelacionados entre sí a lo largo de la historia, más o menos importantes, mejores o peores, personales, nacionales o del planeta entero, pero siempre encaminados a precipitarse en el olvido hasta desaparecer por completo cuando el tiempo muera. Porque si, el tiempo, irónica pero lógicamente debe tener su final, aquí, en el mundo material, así como tuvo un principio.


Aquí vivimos dentro del tiempo. Es decir, todo cuanto conocemos aquí tiene un principio y un final. Tú casa, todas tus cosas, la ciudad o pueblo donde vives, los animales, las montañas, los valles y los ríos, el aire que los baña, el cielo que los cubre y hasta el sol que los alumbra, antes no existían, ahora existen y luego dejarán de existir. Porque todos ellos tienen algo en común, son materia que nace, vive y muere en el tiempo, compañero ineludible. Es más, es tal la unión tan íntima entre el tiempo que conocemos y la materia que, como digo, irónicamente el uno depende del otro, y así, si dejará de existir la materia que sabemos debe volver a la nada de la que procede, el tiempo llegaría a su fin tal como lo conocemos. Así lo asegura el modelo matemático que nos hace conscientes de que vivimos en el espacio-tiempo, cuatro dimensiones donde el tiempo es uno de los cuatro parámetros.


Y ¿nosotros? Desde luego este recipiente de barro volverá a la tierra como podemos comprobar en nuestros semejantes. Tuvimos un principio y tendremos un final, aquí, en la tierra. Al menos es algo socialmente aceptado y asumido por todo individuo que su tiempo es limitado, no obstante no haya llegado a comprobarlo personalmente. No sabemos, sin embargo, que medida de tiempo nos corresponde a cada uno y tenemos que conformarnos con hacernos una idea inexacta gracias a que sabemos donde está el límite humano.


Bien, recapitulemos. Hemos hablado sobre la materia, que sufre el proceso de desgaste y transformación y tiene fecha de caducidad. Está destinada a su destrucción. Además hemos añadido el hecho de que tarde o temprano todos moriremos, y como materia que es, nuestro cuerpo sufrirá esta misma destrucción. Pero, en nuestras vidas hay tantas cosas inmateriales que están sujetas a este mismo proceso y no somos conscientes. Creo que deberíamos ser conscientes de esta limitación temporal en cada acto cotidiano, porque les damos a las cosas, a los acontecimientos, a los sentimientos incluso, una importancia que muchas veces no tienen. Sin embargo, si intentamos extrapolar del tiempo cada vivencia, cada sufrimiento, cada pensamiento o sentimiento, ya sean frustraciones, tristezas, preocupaciones, ofensas grandes o pequeñas, disgustos y sinsabores cotidianos, palabras que nos hieren, cualquier cosa negativa, y pensamos en su aspecto temporal tan limitado, nos daremos cuenta de su valor real, de su minúscula existencia pasajera y notaremos un impulso de esperanza. No obstante, es inevitable que estas cosas dejen una huella en nosotros, pero el tamaño y profundidad de esta viene determinado por nuestra manera de asimilar lo que nos ocurra y sobre todo por la aceptación o negación de todo ello. La perspectiva temporal es un gran aliciente para superar los trances si está bien enlazada con la perspectiva de la eternidad. Además puede ayudarnos a aceptar las cruces diarias, y quiero resaltar la importancia de ello, la importancia de consentir estas cruces, de dar nuestro fiat al Padre, será crucial a la hora de nuestra salvación, porque así como de la poda surgen los retoños, la gloria, de la humillación.



Retomando la limitación temporal que debiéramos dar a tantas cosas materiales o inmateriales, nos centraremos ahora en las positivas para sacar otra enseñanza y darles a estas cosas el valor que merecen. Como decíamos al principio, todos nuestros bienes nacen, viven y mueren. Todo lo que poseemos directa o indirectamente, tangible o intangible, casas, ciudades, naturaleza, tecnología, comodidades, alegría, salud, poder, placer, fama, admiración, diversión, belleza, seres queridos, amor, etc... vive en nuestra dimensión espacio-tiempo. Considerando esta verdad seremos capaces de valorar cada cosa en su medida. No haciendo de ellas el fin último de nuestra existencia, como si la vida estuviera hecha para los recursos a nuestro alcance o para lo que experimentamos con ellos. No debemos pues apegarnos a las cosas, aunque sea natural en el hombre un sentimiento instintivo como puede ser construir su propia casa, debe tenerse en cuenta que este sentimiento ha sido dado como una imagen de nuestra morada en el cielo. Lo contrario sería una vida encerrada en esa burbuja temporal que nace y muere pero no puede trascender perdiendo así su sentido porque todos los objetivos que han vivido en su interior van desgastándose hasta desaparecer. Todos encerrados en la misma vida tendrán su final, y en ese momento, dará igual que el mundo haya durado un segundo que millones de años, toda nuestra historia dará igual porque ya no existirá. Sus causas y sus consecuencias se esfumaron porque así lo ha decretado el tiempo. Así parece que a corto plazo aquí todo tiene sentido en sí mismo pero a largo plazo no se sostiene.


Las cosas necesitan un fin que pueda ir más allá del tiempo. Todas estas cosas, que por supuesto son buenas en sí mismas, no obstante se pueden usar mal si las sobrevaloramos o si las malinterpretamos, incluso el amor; debemos disfrutarlas, agradecerlas y admirarlas cada día como parte de la creación, como criaturas dotadas de razón que somos, pensando que nuestro Creador las hizo para nosotros, pero no perder de vista que son un medio y no un fin. Convertir algo que es un medio para alcanzar un fin, en el mismo fin que queremos lograr, anula inevitablemente el auténtico fin inicial y además envilece el medio que se enaltece como algo más de lo que es realmente. Por ejemplo, si tu objetivo es pescar un pez y para ello utilizas una caña, al convertir esta caña que es el medio en el fin a alcanzar, podrás utilizar la caña pero nunca pescar el pez. Porque al perder de vista el pez podrás utilizar la caña mejor o peor pero te da igual si la lanzas en un lago o en un jardín o en la calle, o quizás con cebo o sin él, da igual mientras tu manejes el aparato porque te da igual pescar o no, el caso es que estas utilizando la caña y nadie te puede decir nada porque cumples tu meta.

Ahora aplicado a nuestro caso, si convertimos la creación, absolutamente todo lo que conocemos, es decir, nuestro medio, si lo transformamos en nuestro fin, en millones de diminutos fines individuales rodando a lo largo del espacio-tiempo, seremos niños pescando sin buscar pescar, tan solo utilizando la caña por el simple hecho de obtener algún beneficio, pero siempre temporal.


Consideremos entonces la creación, el “aquí” y el “ahora” como un medio para un fin. Es lógico que este fin último tenga que salir del espacio-tiempo. Porque no, no todo termina, y no todo está aquí. Esto es lo que quiero abordar. Somos sombras y ceniza, o quizás seamos algo más.

¿Hay algo que trascienda en el tiempo?


Lo veremos en la segunda parte, pero os adelanto algo.



Es posible que el tiempo nos pueda ayudar a responder, porque al fin y al cabo, estamos hablando siempre dentro de un contexto temporal, pero ¿que pasaría si nos saliéramos del tiempo? Es lo que siempre ha deseado la humanidad, ya lo sé. Pero no digo, controlar el tiempo, sino, saber si hay algo que pueda ir más allá de este tiempo y este espacio que conocemos. Es decir, ¿hay algo o alguien que pueda trascender en el tiempo, superarlo, sobrevivir a su despiadada destrucción hasta el punto de no depender de esta criatura? No no, no digo ser inmortal aquí, porque sabemos que este universo es mortal y viviendo aquí seguiríamos sufriendo el desgaste temporal.

Lo diré con otras palabras.


¿Puede el olvido sepultar cualquier cosa?

¿Puede el correr de los siglos hacer polvo ideas e ilusiones pasadas que solo porque se fue quien las pensó nadie las recuerda?

¿Es posible que tanta gente buena, sus palabras y acciones, todo lo que fueron y sintieron fueran solos y murieran?

¿Pueden estas cosas y tantas otras desaparecer como si nunca existido hubieran?

¿Qué sentido entonces pasar esta vida haciendo bien, si olvidado queda?

Si nada escapa y nada,

conservarse pudiera,

en ese eterno presente,

fuera, fuera de aquí pudiera,

nada valdrá la pena.


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