El hermano del hijo prodigo

"Hijo tú siempre estas conmigo, y todo lo mio es tuyo"




Que doloroso resulta ser el hermano mayor en la parábola del hijo pródigo o ser uno de los 99 justos que no necesitan arrepentimiento, cuando oímos las palabras del Padre. Si no te duele seguramente no seas el hermano mayor. Si analizamos esta parábola desde nuestro punto de vista, desde las razones humanas, el hermano mayor tiene absolutamente toda la razón y el Padre se comporta de forma injusta. Imagínate, pongámonos en su piel.

Tienes un hermano pequeño que desde siempre se ha dedicado a disfrutar y vivir la vida sin pensar en las consecuencias, no trabaja, no se esfuerza, no está como tú todos los días desde que despunta el sol trabajando en los campos y cuidando los rebaños. Vuestro padre, un hombre de buena posición tiene una gran casa, con campos y criados. Tú eres de los que piensan que hay que ganarse el pan y no piensas vivir a costa de tu herencia sin más. Pues un buen día tú hermano reclama la herencia que le corresponde y se larga. Pues adiós muy buenas, holgazán desagradecido, piensas tú. Pasan los años y tú sigues ahí con tu padre, codo con codo. Ya sabemos cómo este otro hijo despilfarra su herencia con la mala vida, es decir, es un pecador.

Pero no un pecador cualquiera, es un pecador arrepentido. La diferencia al ponerle este apellido al pecador es vital. Tanto, que marca la diferencia entre la salvación y la condena eternas. De otro modo estariamos pecando contra el espiritu santo, por eso dice Jesús que es el único pecado que no se perdona, porque no se puede perdonar a quien no quiere ser perdonado, a quien peca contra el perdón porque su soberbia lo rechaza. ¿Por qué es tan importante el arrepentimiento? Al arrepentirte abres las puertas a Dios y dejas que su infinita misericordia entre en acción. ¿Cómo puede ser que nosotros podamos impedirle a Dios utilizar su misericordia con nosotros? Pues porque Dios lo ha querido así, al hacernos libres de elegirle, y es que es justo esa elección la que nos hace pasar de criaturas a hijos. Nos hace partícipes de la relación, no somos simples marionetas. Pasa lo mismo que en nuestras vidas que siempre son reflejo de nuestra relación con ÉL: Puedes ser un buen padre, y tener un mal hijo. Puedes quererle con locura. Puedes enseñarle todo lo que sabes desde que es pequeñito. Puedes llegar a dar tu vida por él. Puedes esperar a que te reconozca como padre, que cambie, que algún día te quiera. Puedes hacer todo eso y serias un buen padre, dispuesto a perdonarle. PERO si tu hijo sigue su camino sin mirar atrás, si tu hijo te desprecia y te escupe a la cara tu amor, en ese caso, podrás quererle pero no salvarle. El último pecado con el que tropieza siempre el hombre antes de caer al vació es la arrogancia. La arrogancia es saltar la última piedra antes del abismo, y el arrepentimiento es tener el valor de aferrarte a esa piedra ardiendo aunque sepas que te quemará vivo. Esa última piedra se llama Misericordia.

Si seguimos con el hermano mayor veremos su reacción después de la decisión de su Padre para con su hermano cuando vuelve a casa. Está enfadado, está disgustado con su Padre, no puede entenderlo y piensa que es completamente injusto.
Dice algo así: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu herencia con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!".
Tiene razón, pensaríamos todos. Como es que su Padre le celebra una fiesta a su hijo después de lo que ha hecho, le mata el ternero cebado, ese que ha engordado con tu esfuerzo y que tu no has podido disfrutar con tus amigos. Además le da la bienvenida más esplendida que se puede dar. Parece que le este incluso premiando por lo que ha hecho. ¿Puede ser más injusto? Y para colmo nadie te avisa de la fiesta, te tienes que enterar porque le preguntas a un criado. Parece que tu Padre quiere más a su otro hijo, eso es lo que parece. Eso es lo que nos parece a los que nos vemos como el hermano mayor del hijo prodigo cuando vemos que se salvan estos que han sido malos hijos, solo por arrepentirse, se salvan. Han hecho siempre lo que han querido, y nosotros nos hemos esforzado tanto, una vida luchando contra el mal y ¿Donde está la recompensa? ¿Cuál es la diferencia con mi hermano pecador, no hay?


“Padre, siempre he estado contigo apoyándote, sufriendo juntos, creo haberte demostrado lo que te quiero, he dado mi vida por ti. Me he privado de placeres, he seguido tus normas, he confiado en ti, he llegado a aceptar el sufrimiento para salvar hermanos, he aprendido tanto y ha sido tan bonito caminar junto a ti. Lo haría una y mil veces más porque sin ti todo se apaga, es insípido y desagradable. Te necesito Papá. Me cuesta hasta respirar cuando no estás, no me hace falta comer, no me hace falta dormir porque solo pensar en ti alimenta mi alma.
“Ya no soy yo quien vive en mi”. Solo pienso en ti. Todo me recuerda a ti. Te veo en cada átomo de tu creación.
Creo que esto es el amor. Amor de hijo a su Padre.
Y sin embargo no lo entiendo. Me siento traicionado, cuando parece que recompensas a esos hijos desobedientes tuyos. Yo merezco más que ellos.”
"Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.
Tú siempre estas conmigo y todo lo mio es tuyo."

¿Puede haber algo mejor que eso? Parece más duro nuestro camino, pero siempre estamos con nuestro Padre, y si queremos algo solo tenemos que pedírselo. Ellos han vivido solos toda su vida, porque han querido quizás, pero aun así se han perdido lo mejor. O ¿No crees que una vida con el Señor es mucho mejor que una vida sin Él? La recompensa está servida y será eterna. Si no entendemos esto no estendemos cuál es la verdadera felicidad y estaremos sobrevalorando la "felicidad" del mundo. ¿Cómo no va a alegrarse un padre cuando vuelve su hijo a casa? Es algo digno de celebración, sobretodo si la muerte y la casa del Padre son eternas.
Así que “si vivimos, vivimos para el señor. Si morimos, morimos para el señor. Muramos o vivamos somos del señor”. -San Pablo-

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