El alfarero



Intenta que lo que hagas no tengas que deshacerlo, y lo que se te escape utilízalo como experiencia para cuando puedas rehacerlo. Porque la vida es hacer y deshacer, y volver a hacerlo más duradero. 

Pero, ¿por qué deshacerlo? Si lo que hiciste era bueno es que el tiempo lo ha cambiado, o quizás las circunstancias ya no sustentan el hecho, porque cambian y cambiamos según ellas nos indican que lo hagamos. 

En cambio, si debes deshacerlo porque nunca debió hacerse, con más razón debe deshacerse, porque esa acción fue destructiva y al hacerse deshacía, exigiendo ahora reparar lo que un día tenías.

Al intentar hacerlo bien a la primera estaremos haciendo uso de voluntad bien intencionada, que según el esfuerzo que pongamos nos dará unos u otros resultados. No siendo suficiente la buena intención si se basa en un error, haciéndose así necesaria la sabiduría que adquirimos y nos encamina en buena dirección. 
Porque estudiar nuestro destino es algo previo al esfuerzo que aportaremos para alcanzarlo, sino podemos acabar en otro sitio y todo con buena intención. 

Y por ello digo, utiliza lo aprendido y lo que de la experiencia has vivido para no tropezar con la misma piedra, aleja la mirada para marcar una mejor trazada. 
Pero no solo de tus caídas debes tomar nota, porque la historia de millones de persona queda grabada en la conciencia universal y refleja durante siglos las caídas que todos sufrimos. Cuanto más terco más de su propia experiencia necesita el hombre echar mano y no de la ajena, porque es incrédulo y experimentar es la única fe que le queda. Como niños jóvenes que por más que sus padres les repiten no hacen caso y necesitan chocar con mil paredes para darse cuenta de que no hay puerta. 

Para todo esto, ¿qué es lo más correcto?
¿Qué patrón utilizar para recortar nuestras vidas? Si es verdad que tienen algún sentido, si es verdad que por algo existimos, si por algo luchamos, por algo nos formamos y dejamos que la experiencia nos moldee, aunque duela, aunque el torno no deje de dar vueltas, las manos del alfarero nos aprieten con fuerza y perdamos parte de lo que éramos. Nuevas curvas inesperadas aparecen en nuestro diseño, nos hacemos resbaladizos con tanta agua para intentar escapar y el secado es fuego que une el alma de lo creado con su creador; si es cierto, debemos fijarnos en los resultados que otros objetos han obtenido según se han resistido más o menos al alfarero. 
Si vemos jarras bien formadas, fuentes y floreros que deslumbran sirviendo, y en el suelo partes desechadas porque sus vidas no sirvieron, cabrá preguntarse ¿no será acaso el alfarero quién me conoce? ¿No será un buen alfarero que transformará mi barro en algo útil? 

Dicen que lo normal ahora es pensar que somos barro si, pero que por muchas vueltas que nos dé la vida volveremos a ser barro, que no importa la intención del alfarero ni el objeto que el barro debe formar. Es más, dicen, que no hay alfarero, que el torno gira solo, que el barro llegó allí por sus propios medios, que al formarnos podemos ser lo que queramos, usar nuestras propias manos y dar envidia con nuestra propia habilidad. Que nosotros creamos, dicen, con el barro las vidas que queramos, y las que no, las desechamos; y que juntando nuestro barro con otro al separarlo será exactamente el mismo barro no arrastrando parte del otro, que se adhirió, que se unió por un momento pero no formo parte de nosotros. Eso dicen. Intentando cambiar las propiedades del barro lo fuerzan, pero es absurdo porque el barro no responde a nuestras leyes, simplemente porque no lo hemos creado. De ahí la negación del alfarero para hacernos creer alfareros, alfareros todo poderosos dueños de el barro que nos forma. 

Y así lo primero es ser conscientes que somos lo que no hemos creado, que la libertad de modificar lo que somos no nos convierte en creadores, ni dueños de otras creaciones. Que el creador nos ha creado. Que nos ha creado para que seamos lo que El ha pensado. Que ser barro es sus manos duele pero no es porque sean ásperas, sino que son suaves, y son nuestras imperfecciones rebordes que sobresalen y al dar vueltas se rebajan, se desgastan y se arrancan, a veces hasta lo profundo. 
Por eso hay vasijas que muerden y escupen al pasar porque no quieren cambiar, y gritan: sé esculpirme solo déjame ya en paz, todo esto es culpa tuya que no sabes moldear. 

Y es que la vida es hacer y rehacer, para que cale, para que seamos nosotros los que nos deshacemos y volvemos a rehacernos mejor que antes. No podremos hacerlo sin localizar el error, y tampoco sin reconocerlo. Por eso es importante insistir humildemente, para que al hacernos nuevos cada día lleguemos a ser perfectos. Lleguemos a ser parte del alfarero. 




Comentarios

Entradas populares