La ventana

Un cuadro en constante movimiento,

donde la realidad no espera a que te asomes para dar vida a la pintura. Pintura que sabe a libertad, que huele a aire fresco, que con sus aromas y colores inunda la estancia desde fuera hacia adentro. 

Es un cuadro que enmarca una escena que se escapa, que pregunta a su pintor cada segundo que trazada seguir, si dejarse mover por el viento o si detener el pincel que es su aliento. 

Porque ¿cómo va el cuadro a pensarse por si solo? ¿Cómo el pincel se dirige sin el pulso firme y seguro de la mano incansable del artista? ¿Cómo las hojas y el mar que se enmarcan en tu ventana cobran vida y no solo se pintan sino que obedecen al más mínimo susurro del pintor que las pinto?

Dime, oh tú, incrédulo visitante que vives en este cuadro viviente, donde puedes entrar y entras cada día hasta que tú pintura se desdibuje y salgas, dime ¿hay escultura sin escultor? ¿Tiene sentido una vasija sin alfarero? ¿Existe alguna espada sin herrero o plato sin cocinero? Dime hombre increado, ¿acaso hay casas sin albañiles y arquitectos o huertos sin agricultor? 

Dime hombre de carne, ¿qué es esta pintura hecha de carne que te forma? ¿Que es esta carne sin origen ni destino? ¿Qué valor tiene la obra si no hay artista, si los lienzos, si el óleo, si cada gota de materia decidió existir por sí sola, si solo eres pintura esparcida sin orden, sin sentido? Dime pequeño visitante de la obra ¿qué le dirás al artista que no existe de su obra? Cuando el creador deslice el pincel y tu pintura se derrame fuera, te mire fijamente y sin hablarte te interpele y en su mirada sientas la pregunta: ¿qué hiciste, hombre, con mi obra? 

La pintura viva que nos dibuja, que da forma y movimiento, que adorna y envuelve todo lo que siento. El material que hace que el mundo palpite y no se deshaga, que aguanta la lluvia del odio que diluye todo lo bueno aquí, aquí en este encierro, porque convierte al marco en barrotes de hierro. 

La vida del cuadro que seguirá viviendo porque amo la vida, y amando la mereció.